"Autonomia carajo"
Tan sólo llevaba dos horas en Santa Cruz, cuando medio millar de personas inundó el centro de la ciudad para pedir la autonomía del territorio. Cerraron las tiendas. Los empresarios dieron la tarde libre a sus empleados y toda la ciudad se tiñió de verde y blanco, los colores del territorio. Lejos de las manifestaciones a las que estamos acostumbrados en esta no se corearon gritos violentos, ni hizo falta que actuara la policía. Todo era música. La gente bailaba y gritaba “Autonomía, autonomía”. Yo caminé hasta la avenida principal y sin darme cuenta ya no podía salir de allí. Estaba rodeado de gente, gente y gente. El que no llevaba la bandera, llevaba una camiseta con lemas tipo “Ahora o nunca”, “Hagamos historia” o “Santa Cruz vota si o sí”, también lucían los colores del betis en las mejillas o en forma de tira en la cabeza con la palabra clave: “Autonomía carajo”. El domingo votarán por su estatuto y por los candidatos que formarán la asamblea constituyente que en agosto redacte la nueva constitución.
“La fuerza de este acto está en que es espontáneo, sale del corazón”, me aseguró Guillermo Roig, un catalán de segunda generación de inmigrantes y principal empresario maderero del país. “Morales me acaba de expropiar 50.000 hectáreas de árboles con sello ecológico y se la ha regalado a los indígenas que no saben trabajar la tierra, tan sólo tumbar y quemar los rastrojos. A mí no me importa, pero a mis hijos sí”, continuó este empresario decido a impedir que el país se siga legislando desde la zona norte. Pero en la manifestación no sólo había empresarios.
También estuvo mi taxista, Luis Nakamusa, con el que hoy he recorrido parte de la ciudad. “Evo quiere hacer de Bolivia otra Cuba. Ahora prepara una ley para que sólo se imparta educación desde centros públicos. Sólo piensa en su gente. Pero Bolivia va más allá de la etnia Aymara, también es quechua, guaraní y en el caso de Santa Cruz cuenta con sangre de todas las provincias y de todos los países. Si queremos progresar, hay que conseguir descentralizarnos y formar autonomías”, continuaba este japonés de segunda generación de inmigrantes de ojos rasgados, piel quemada y acento lento y polifónico. Como un negro en el Atlhetic, “Yo sufro en mis propias carnes las carencias de esta zona: mi mujer lleva enferma un año y nueve meses. Una semana ingresa. La otra la pasa en casa”, continuaba mientras domaba el coche a volantazos y frenazos. 5 pesos. Unos 0.5 euros. La cama de su esposa cuesta 50 pesos el día en el hospital. Así que todavía le quedaban otras 99 para asegurar el ingreso de la semana que viene, pagar al banco el crédito por los medicamentos ya comprados y si eso, ponerle más alambre a su asiento.
Y es que Santa Cruz da al Estado 580 millones de dólares de los que recibe 182 millones, la mitad que La Paz dando 80 millones menos. Lo más trágico lo representan las 772.000 cruceños que sobreviven por debajo del umbral de la pobreza, de los dos millones que habita el territorio. Y lo que le preocupaba a Nakamusa: por cada 2.700 habitantes, existen tan sólo dos camas hospitalarias. Autonomía carajo.