Thursday, July 20, 2006

Comandante, comandante


La ruta del Che no defrauda. Es una mina de historias, tópicos y personajes. Almuerzo con un médico cubano, Lázaro Izquierdo, en el mismo lugar en el que fusilaron al guerrillero Enresto Che Guevara. “Se trata de un sueño hecho realidad: trabajar para mi país desde este lugar”, señala el muy cubanote. Y conozco a una fotógrafa freelance francesa en La casa del telegrafista, posta en la que los mandos bolivianos recibieron la noticia de fusilar al Che y al Chino, miliciano con el que capturaron al utópico libertador. La posta se ha convertido ahora en un hostal, que Oda Lebras regenta, la fotógrafa. Llegó hace tres años para realizar un pedido de una agencia y decidió quedarse junto a su marido, otro fotógrafo, el señor Juan Legras. “Pueblo pequeño, infierno grande”, me confiesa con su tímido castellano. “Aquí todos son envidias. Se creen que ganamos dinero con este hostal, cuando no nos da ni para pagar a la empleada; pero nos gusta el silencio y, por eso, nos quedamos”, continúa. Pero tiene truco. Seis meses al año lo pasan viajando por el mundo realizando pedidos. Su marido está ahora en Buenos Aires, pronto partirán hacia Australia. No está mal.
Remonto en camión las cañadas por las que le cercó el ejército boliviano al Che. Ahora ya no son los uniformados los que me cercan, sino la niebla que inunda el valle. Avanza de loma en loma. El cielo rinde un tributo al Che. Todo está nublado.
Una señora de La Higuera, pueblecito en el que acabó la revolución, me asalta. “Yo tenía 20 años cuado el Che recorrió estas tierras. Todos teníamos mucho miedo. Todavía recuerdo el sonido del helicóptero que vino a recoger el cuerpo del Che. Mira a estas fotos”. Me cobra 50 bolivianos por el testimonio. Le fotografío y la espanto diciéndole que le pagaré más tarde, tal vez cuando asfalten la carretera que conecta este balcón de la historia con el mundo.

Hasta él he llegado en un micro por 12 bolivianos, que me ha dejado en Pucará, desde allí un camión de carga me ha ahorrado las dos horas de caminata. Por el camino la vista se pierda en el paisaje. Las colinas de los valles aparecen y reaparecen como olas. El chofer del micro resulta ser el propietario del “museo” del Che. “No quería que se perdieran las reliquias que los campesinos guardaban en sus casas”. Los de museo es un regalo. En realidad se trata de un trastero, con cuatro telarañas y entre ellas una silla, supuestamente en la que se sentó Ernestico. También cuenta con una cantimplora, munición, un fusil... Quedamos para hablar a la vuelta, quiere presentarme a gente.

En La Higuera permanezco tres horas. No da para más. Lo que me cuesta fotografiar el busto al heroico guerrillero y descubrir a mis personajes. Después corro a subirme en un camión para que me devuelva a Valle Grande. En la parte trasera me tiro, junto a un centenar de sacos de patatas y 20 campesinos. Uno me toca en el cogote. Quiere saber de dónde soy. Tiene los ojos negros cristalinos, tan cristalinos que uno ni se le mueve. “¿Chileno?”, me pregunta. “¿De Londres?” , vuelve a probar suerte. Hablamos durante las seis horas que dura el viaje. Cabalgamos por el valle. Saltamos en los baches como los sacos de patatas.
Ya en Valle Grande, quedo con el chofer. Me presenta a Lucinda Rico. “Almita del San Che, si quieres que vaya a visitarle, consígueme un día libre en el trabajo. Y todos los aniversarios consigo viajar a la Higuera”, me cuenta la señora mientras le enciende una vela a la imagen del luchador argentino.

“Todo esto es un cuento chino. Si no hubiera sido por el mito, hace años que La Higuera hubiera desaparecido. Nadie pensaba que la muerte de este idealista diera para tanto”, señala Eric Blösff. Ahora estoy en El Mirador, el restaurante que regenta este alemán de 60 años. Me invita a una Paceña bien fría. Ya es de noche y la cerveza cae como una cascada. Estoy en ayudas y empiezo a ver a Eric algo borroso, pero merece la pena. Ya veo el despiece del reportaje. Trabajaba en La Higuera cuando ejecutaron al Che. Recuerdo muy bien aquellos días. Ha sido protagonistas de infinidad de reportajes y hasta el propio Che se hospedó en la cabaña que tiene en el campo. Ahora su restaurante de aires europeo se ha convertido en un paso obligado. Es en un testigo privilegiado de todo aquellos días.
Allí se apaga el día. Vuelvo hacia mi hostal en diálogo con mi estómago, el cuaderno lleno de historias y la ropa humeando polvo. Entonces oigo la voz. “Comandante, co-man-dan-te...”. Me rasco la perilla. Maldita cerveza.

4 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Nos gustó como escribes, esperamos tus notas de las misiones jesuíticas y algún comentario sobre tu cumpleaños

5:44 PM

 
Blogger Juan said...

Todo el mundo estaba de veras ahi cuando acorralaron y mataron al Ché? o se lo inventan para hacer negociete?

Me gusó mucho la redacción, y el rato con las patatas y el campesino en el camión. En esos lugares, y a pesar del idioma, es como si españa no existiera que no? antes te juzgan de casi cualquier lado..

3:15 AM

 
Blogger jmbrocal said...

Iñaki,

se te ve bien. Te sigo de cerca a través de la red. Muy buenos los artículos. Enhorabuena de verdad.

¿Tu cumpleaños...? ¿Cuándo?

Nos veremos por ahí en otro gran evento mediático. Un abrazo,

Javier M-Br

12:01 PM

 
Blogger Ander Izagirre said...

Así que te rascas la perilla, eh.

Estos textos del blog abren el apetito: ponte rápido a escribir los reportajes, complétanos estas historias.

12:45 PM

 

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