Comandante, comandante

La ruta del Che no defrauda. Es una mina de historias, tópicos y personajes. Almuerzo con un médico cubano, Lázaro Izquierdo, en el mismo lugar en el que fusilaron al guerrillero Enresto Che Guevara. “Se trata de un sueño hecho realidad: trabajar para mi país desde este lugar”, señala el muy cubanote. Y conozco a una fotógrafa freelance francesa en La casa del telegrafista, posta en la que los mandos bolivianos recibieron la noticia de fusilar al Che y al Chino, miliciano con el que capturaron al utópico libertador. La posta se ha convertido ahora en un hostal, que Oda Lebras regenta, la fotógrafa. Llegó hace tres años para realizar un pedido de una agencia y decidió quedarse junto a su marido, otro fotógrafo, el señor Juan Legras. “Pueblo pequeño, infierno grande”, me confiesa con su tímido castellano. “Aquí todos son envidias. Se creen que ganamos dinero con este hostal, cuando no nos da ni para pagar a la empleada; pero nos gusta el silencio y, por eso, nos quedamos”, continúa. Pero tiene truco. Seis meses al año lo pasan viajando por el mundo realizando pedidos. Su marido está ahora en Buenos Aires, pronto partirán hacia Australia. No está mal.
Remonto en camión las cañadas por las que le cercó el ejército boliviano al Che. Ahora ya no son los uniformados los que me cercan, sino la niebla que inunda el valle. Avanza de loma en loma. El cielo rinde un tributo al Che. Todo está nublado.
Una señora de La Higuera, pueblecito en el que acabó la revolución, me asalta. “Yo tenía 20 años cuado el Che recorrió estas tierras. Todos teníamos mucho miedo. Todavía recuerdo el sonido del helicóptero que vino a recoger el cuerpo del Che. Mira a estas fotos”. Me cobra 50 bolivianos por el testimonio. Le fotografío y la espanto diciéndole que le pagaré más tarde, tal vez cuando asfalten la carretera que conecta este balcón de la historia con el mundo.

En La Higuera permanezco tres horas. No da para más. Lo que me cuesta fotografiar el busto al heroico guerrillero y descubrir a mis personajes. Después corro a subirme en un camión para que me devuelva a Valle Grande. En la parte trasera me tiro, junto a un centenar de sacos de patatas y 20 campesinos. Uno me toca en el cogote. Quiere saber de dónde soy. Tiene los ojos negros cristalinos, tan cristalinos que uno ni se le mueve. “¿Chileno?”, me pregunta. “¿De Londres?” , vuelve a probar suerte. Hablamos durante las seis horas que dura el viaje. Cabalgamos por el valle. Saltamos en los baches como los sacos de patatas.
Ya en Valle Grande, quedo con el chofer. Me presenta a Lucinda Rico. “Almita del San Che, si quieres que vaya a visitarle, consígueme un día libre en el trabajo. Y todos los aniversarios consigo viajar a la Higuera”, me cuenta la señora mientras le enciende una vela a la imagen del luchador argentino.

Allí se apaga el día. Vuelvo hacia mi hostal en diálogo con mi estómago, el cuaderno lleno de historias y la ropa humeando polvo. Entonces oigo la voz. “Comandante, co-man-dan-te...”. Me rasco la perilla. Maldita cerveza.
4 Comments:
Nos gustó como escribes, esperamos tus notas de las misiones jesuíticas y algún comentario sobre tu cumpleaños
5:44 PM
Todo el mundo estaba de veras ahi cuando acorralaron y mataron al Ché? o se lo inventan para hacer negociete?
Me gusó mucho la redacción, y el rato con las patatas y el campesino en el camión. En esos lugares, y a pesar del idioma, es como si españa no existiera que no? antes te juzgan de casi cualquier lado..
3:15 AM
Iñaki,
se te ve bien. Te sigo de cerca a través de la red. Muy buenos los artículos. Enhorabuena de verdad.
¿Tu cumpleaños...? ¿Cuándo?
Nos veremos por ahí en otro gran evento mediático. Un abrazo,
Javier M-Br
12:01 PM
Así que te rascas la perilla, eh.
Estos textos del blog abren el apetito: ponte rápido a escribir los reportajes, complétanos estas historias.
12:45 PM
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