Wednesday, July 19, 2006

Los últimos guaraníes del Chaco

Sucre hierve. La llegada de los 255 asambleístas el próximo 2 de agosto ha hecho que la ciudad trabaje a destajo para recuperar su mejora cara, la colonial. A ella llego de noche con la retina todavía perforada por el cielo del Chaco. No caben más estrellas en su cielo, como tampoco más contrastes. En tan sólo 20 kilómetros los poblados guaraníes que lo habitan cambian por completo. En uno los rostros son esqueléticamente guarayos, en otros quechuas, aymaras, vallunos. A todos les une la antena satelital de Entel. En sus casas no habrá agua potable, ni paredes de ladrillo o teja colonial, pero el teléfono no falta. Cosas de occidente. Algunas de estas comunidades parten de cero. Hasta ahora eran pueblos olvidados. No existían. Eran tan sólo herramientas de trabajo, igual que los tractores o mulas de los terratenientes. Formaban parte del valor de los terrenos. "Éramos peor que esclavos, no podíamos tener ni perro", señala Rolando Romero, esclavo del siglo XXI hasta hace tan sólo seis años. Su error fue nacer en el Chaco. Los terratenientes tenían derecho sobre los habitantes de sus tierras. Eran la mano de obra barata y maleable con la que cosechaban maíz. Ahora han despertado. Reviven. "Somos libres, dueños de nosotros y de nuestras casa", sonríe Rolando. Y con esta libertad han experimentado los problemas de la libertad. No saben cómo vender, cómo organizarse, cómo trabajar la tierra. "Antes cosechábamos maíz todo el año, puro maíz día y noche". Su maíz es de poca calidad. Sus beneficios nulos. Sus nuevas semillas peores. Y la rueda sigue hasta condenarlos a la subsistencia. Pero son libres. Han llegado al mundo en el siglo XXI. No hay tiempo de aprender. El mundo gira rápido y el mercado manda. El nuevo giro político del país les ha devuelto la autoestima. Son los protagonistas. Guaraní ha dejado de ser sinónimo de atrasado. Ahora es riqueza. Un curriculum escolar les respalda. Las Organizaciones Territoriales de Base (OTB) les dan armazón jurídica. Pero ellos no saben. Las ONG son las que conseguirán que adquieran el ritmo perdido. En eso está Zabalketa, desde Getxo. Un proyecto integral atiende la situación de su educación, viviendas, salud, productividad y liderazgo. "Ahora sabemos que nos corresponden derechos, que la tierra hay que cuidarla y hasta hemos aprendido a firmar". Orlando sonríe y entre sus dientes se refleja su pasado. Su abuelo y su padre nacieron esclavos en el Chaco Boliviano. Su primer hijo ya no lo es. Son los últimos guaraníes.

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