Tuesday, July 25, 2006

olor de oscuridad

Julio Cesar Gutiérrez no sonríe, pese a estar de vacaciones y tener nombre de emperador. Lleva 5 horas trabajando en el Cerro Rico de Potosí a 3.000 metros de altura. Bajo tierra. Y a los 14 años son muchas horas de picar piedra, respirar cinc y esquivar explosiones.
Su padre tampoco sonríe. Lleva 30 años de maza y cincel, demasiados años para sonreír. El bolo de coca tampoco le deja espacio en la cara. Es el líder de una de las 57 cooperativas que trabajan en esta mina con más de cinco siglos de vida y de la que dependen 12.000 familias.
Son las 14.00 y comienza mi aventura en la mina. Cinco horas me bastan para que el olor se tatúa en mis manos, en mi ropa, en mi cara. El frío del altiplano pronto se convierte en un calor húmedo, como de sauna. La oscuridad lo tapa todo. Miedo.
Me cruzo ahora con el hermano de Julio Cesar, que sí sonríe. Sonrisa macabra. Enseña la mano. Se quita un guante marrón dedo por dedo. Le faltan dos falanges. Tiene 21 años y un hijo que alimentar. "La mina es nuestra única fábrica", señala Teodoro, el padre de estos dos monstruos. Son los primeros mineros con los que me cruzo en el primer sector, junto a los ríales en los que se quedaron los dedos de nuestro amigo. Si se vuelca la carretilla lena de mineral, cuado la empujan, nadie escapa. El que arrastra tiene las de perder. El que empuja escapa. Bajamos al segundo sector de los ochos hábiles. En tiempos de la colonia llegaba hasta el 21. El agua ha tapado el resto. Mejor, menos sufrimiento.
Allí en el segundo sector se respira todavía peor. A cuatro patas avanzo diez eternos minutos. La pared se reduce. Las paredes también. Todo es oscuridad. El olor es lo único que se hace visible y palpable.
Ricardo Quispe nos recibe en una bóveda. Nos pide alcohol de 96 grados. Es viernes y los mineros dedican este día a "chayar" a la Pachamama y al Tío. No tengo. Le ofrezco lo que me queda de un quintal de coca. Me habían avisado: si quieres que te cuenten su historia, dales alcohol o coca. Quispe lleva 38 años en la mina, desde los 20. Las gotas de sudor le resbalan por la espalda. Pide alcohol. Le doy coca. "Si no chayamos a la Pachamama tendremos problemas, se pone celosa y llegan los accidentes", me dice. Ya lo siento, pero si hay alcohol será en su casa donde lleguen los accidentes. Pero no hay tiempo para charlas. Vuelve a agacharse y continúa palpando trozos desprendidos de la pared. Los enfoca con la luz del casco. Busca estaño. "Hace tiempo que esto se secó, pero hay que comer", lamenta. Le quedan seis horas de trabajo. El tiempo no lo marcan las agujas del reloj, sino el vagón del mineral. Cada grupo debe sacar ocho toneladas. Si no, no comen.
Descendemos al tercer sector. Ahora por un tobogán de madera. Me astillo las manos y algo más. Miedo y asco. Empiezo a sudar. El bolígrafo se me resbala y el cuaderno cada vez tiene más polvo. Carlos Basilio tiene cinco hijos y el brazo de un herrero. En su otra vida, era artesano. De ahí el mote. "Sombrerito". "En la mina se gana más, aunque se envejece más rápido". De pie frente a la pared golpea su cincel. Con cada golpe una gemido. No sé si es la pared la que grita o la voz de sus hijos. "No les deseo la mina, pero si de mayores necesitan planta deberán ingresar", afirma "Sombrerito" de cara a la pared. De la pared caen de pronto unas piedras. No son muchas pero asustan. Decidimos irnos. Durante la trepada vuelven a caer rocas. Las esquivo, mi guía también, pero se le nota tenso. Ahora es una explosión. Salto. Sudo y gimo.
Salimos a fuera. Regresamos a la vida. Luz. Unos cincuenta hombres se preparan para entrar, otros borrachos discuten. Todos con su bolo de coca. Al fondo la ciudad sigue su ritmo. La tierra gime. Y el olor me desvela.

3 Comments:

Blogger Ander Izagirre said...

Buf, qué angustia. Y qué interesante. Se me ocurren mil cosas que me gustaría saber sobre esos mineros. ¿Tienes más información, escribirás un reportaje?

Las minas siempre son una mina de historias.

12:28 PM

 
Blogger I. Makazaga said...

Ander, tengo más de 20 testimonios de mineros. Tiempo que llevan en la mina, accidentes, alternativas de trabajo, secuelas, constumbres... Y el respaldo de la historia: cinco siglos de explotación primero por la colonia, después el Estado y ahora las cooperativas. Hambre.
Además, no fueron los españoles los que se llevaron la plata, no. Sino los guipuzcoanos... En una capilla de la catedral una Virgen conocida. Pequeña. Encima de unas zarzas. ¡Aranzazu! Tiro del hilo y doy con una de las primeras familias que explotó el preciado mineral de Potosí. Tengo las fotos de sus retratos. El lugar donde están y el mail de un fraciscano vasco que está investigando el tema. Me froto las manos. Ahora a escribirlo. Encuanto lo tenga lo cuelgo.
Estos roba setas...

2:01 AM

 
Blogger Ander Izagirre said...

¡Temazo!

3:56 AM

 

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